CARTA DE JOVELLANOS AL GENERAL
FRANCÉS HORACE SEBASTIANI
“Señor General:
Yo
no sigo un partido; sigo la santa y justa causa que sigue mi Patria, que
unánimemente adoptamos los que recibimos de su mano el augusto encargo de
defenderla y regirla, y que todos hemos jurado seguir y sostener a costa de
nuestras vidas. No lidiamos, como pretendéis, por la Inquisición, ni por
soñadas preocupaciones, ni por el interés de los grandes de España; lidiamos
por los preciosos derechos de nuestro Rey, nuestra Religión, nuestra
Constitución y nuestra Independencia. Ni creáis que el deseo de conservarlos
esté distante del de destruir los obstáculos que pueden oponerse a este fin;
antes por el contrario, y para usar de vuestra frase, el deseo y el propósito
de regenerar la España
y levantarla al grado de esplendor que ha tenido algún día, es mirado por
nosotros como una de nuestras principales obligaciones. Acaso no pasará mucho
tiempo sin que la Francia
y la Europa
entera reconozcan que la misma nación que sabe sostener con tanto valor y
constancia la causa de su Rey y de su libertad contra una agresión tanto más
injusta cuanto menos debía esperarla de los que se decían sus primeros amigos,
tiene también bastante celo, firmeza y sabiduría para corregir los abusos que
la condujeron insensiblemente a la horrorosa suerte que le preparaban. No hay
alma sensible que no llore los atroces males que esta agresión ha derramado
sobre unos pueblos inocentes, a quienes, después de pretender denigrarlos con
el infame título de rebeldes, se niega aun aquella humanidad que el derecho de
la guerra exige y encuentra en los más bárbaros enemigos. Pero ¿a quienes serán
imputados estos males? ¿A los que los causan violando todos los principios de
la naturaleza y la justicia, o a los que lidian generosamente para defenderse
de ellos y alejarlos de una vez para siempre de esta grande y noble nación?
Porque, señor General, no os dejéis alucinar; estos sentimientos que tengo el
honor de expresaros son de la
Nación entera, sin que haya en ella un solo hombre bueno, aun
entre los que vuestras armas oprimen, que no sienta en su pecho la noble llama
que arde en de sus defensores. Hablar de nuestros aliados fuera impertinente,
si vuestra carta no me obligase a decir en honor suyo, que los propósitos que
les atribuís son tan injuriosos como ajenos de la generosidad con que la Nación inglesa ofreció su
amistad y sus auxilios a nuestras provincias, cuando desarmadas y empobrecidas,
los imploraron desde los primeros pasos de la opresión con que la amenazaban
sus amigos.
En
fin, señor General, yo estaré muy dispuesto a respetar los humanos y
filosóficos principios que, según nos decís, profesa vuestro rey José, cuando
vea que, ausentándose de nuestro territorio, reconozca que una nación, cuya
desolación se hace actualmente a su nombre por vuestros soldados, no es el
teatro más propio para desplegarlos. Este sería ciertamente un triunfo digno de
su filosofía; y vos, señor General, si estáis penetrado
de los sentimientos que ella inspira, deberéis gloriaros también de concurrir a
este triunfo, para que os toque alguna parte de nuestra admiración y nuestro
reconocimiento. Solo en este caso me permitirían mi honor y mis sentimientos
entrar con vos en la comunicación que me proponéis, si la Suprema Junta Central
lo aprobare. Entretanto, recibid, señor General, la expresión de mi sincera
gratitud por el honor con que personalmente me tratáis, seguro de la
consideración que os profeso.
Sevilla,
24 de abril de 1809.
Gaspar
Melchor de Jovellanos. Rubricado.”